Llévame a casa by Sebastian Fitzek

Llévame a casa by Sebastian Fitzek

autor:Sebastian Fitzek [Sebastian Fitzek]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Suspense psicológico
editor: Ediciones B
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


34

Jules

«¡Ya te he encontrado, puta de mierda!».

¿De verdad había oído a un hombre gritando eso al otro lado del teléfono?

Jules subió el volumen de sus auriculares, pero la línea estaba muerta.

«¡Maldita sea!».

La había perdido.

La conexión acústica y emocional frágil con Klara había desaparecido, y aunque antes le había dictado su número privado, era muy poco probable que ella lo volviera a llamar.

«¿Puta de…?».

Intuía que ahora Klara corría más peligro que nunca antes en esa noche, justo cuando él no le podía lanzar ni siquiera un salvavidas digital. Jules dejó los auriculares en el borde del lavamanos sintiéndose un fracasado.

El grifo que goteaba y que lo había llevado hasta el cuarto de baño estaba sucio de restos de dentífrico, lo típico de una casa con niños pequeños.

Antes del incendio en Prinzregentenstraße, cuando Valentin y Fabienne aún alborotaban aquel piso demasiado pequeño para una familia de cuatro miembros, la pasta dentífrica (sabor a fresa o a frambuesa), que en teoría tras el cepillado debía acabar en el lavamanos, alcanzaba superficies y rincones de lo más insospechado. Esparcida por unas manitas, mal o nada aseadas, que no se cansaban de explorar un mundo lleno de secretos, escondites y aventuras.

«Y peligros mortales».

Incluso en su propio hogar.

Tras la mudanza, el piso de Jules tenía mucho más espacio pero menos alboroto, después de que ese día fatal y luctuoso Dajana encerrara a sus hijos y apagara para siempre la luz que brillaba en ella; una luz que él había creído tan brillante como para mostrar el camino a los demás, y tan intensa como para que otros se calentaran con ella.

«¿Cómo pude estar tan equivocado?».

Jules evitó contemplarse en el espejo que había sobre el lavabo, consciente de su apariencia cansada y desaliñada con sus ojeras oscuras y la piel seca en la zona formada por la frente, la nariz y la boca. Se preguntó cuántas veces se debía de haber vuelto a equivocar solo en las últimas horas.

¿Realmente Klara estaba en peligro? ¿Sufría violencia doméstica? ¿O tal vez, como sostenía su padre, buena parte de lo que ella le había contado solo existía en su imaginación?

«Olvida a esa tía. No es trigo limpio. Estuvo, en efecto, ingresada en Berger Hof, pero no como participante de ningún experimento; padece de verdad un trastorno disociativo, o como sea que se llame cuando uno no sabe distinguir el delirio de la realidad».

¿De verdad se había metido esa noche en su coche y había intentado quitarse la vida? ¿Circulaba en ese momento en medio de la noche en compañía de un desconocido disfrazado de Papá Noel?

«¿Y este grifo lleva todo el rato goteando?».

Jules tenía buen oído. Para que él pudiera dormir, todo el piso tenía que estar en silencio. Dajana se burlaba de su oído de murciélago ultrasónico cuando escudriñaba el dormitorio buscando el pitido electrónico de un electrodoméstico en stand-by, o cuando purgaba por enésima vez la calefacción porque el gorgoteo le volvía loco. Le resultaba casi inconcebible no haber oído el goteo en el baño. Había además salpicaduras



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